Me desperté aturdido. No sabía muy bien donde estaba, intenté levantarme pero me sentía torpe, aquel tipo estúpido que se había abalanzado sobre mí sin motivo en el bar debía haberme dado una buena tunda, no podía recordar nada después de su cara de enajenado.
Me dolía la cabeza, era un dolor mezclado con ardor y la boca me sabía a sangre. Aún era de noche, supongo que no había pasado demasiado tiempo desde el ataque y que mis amigos seguirían dentro, emborrachándose. Probablemente, ni siquiera hubieran notado mi ausencia.
Finalmente, conseguí ponerme en pie. Caminar se convirtió en todo un reto, los músculos estaban adormecidos y no querían obedecerme. Cuando conseguí mantenerme erguido y dar un par de pasos sin tambalearme decidí explorar el callejón. Sin duda alguna era la parte trasera del bar. No dejaba de pensar en mis amigos, los muy cretinos...
De repente sentí una punzada en el estómago, no me había percatado de que tenía hambre. Seguí avanzando por el callejón buscando la entrada del bar, ya comería algo cuando llegara dentro. Era un caminar patético, más bien se diría que daba tumbos intentando no tropezar.
Por fin llegué a la puerta del local, vi mi reflejo en el cristal, tenía un aspecto horrible. Realmente ese tipo me había dado una buena paliza. Intenté acicalarme un poco con saliva, pero los chorretes de sangre de la camisa eran algo difícil de ocultar. Me acerqué un poco más a mi imagen reflejada y contuve el aliento: "Qué hijo de puta" pensé mientras veía una profunda herida en mi cuello "Podría haberme desangrado". Entré al local malhumorado, dispuesto a cantarles las cuarenta mis supuestos colegas.
"Cabronazos" - grité mientras entraba
La gente del local se giró a mirarme. Me miraban con asco, podía verlo en sus rostros. Busqué entre ellos algún rostro conocido, pero sin duda alguna no estaban. Ya les buscaría más tarde. Me acerqué hasta la barra, tenía muchísima hambre, cada vez más y decidí que necesitaba comer algo antes de la bronca.
El camarero no ocultaba su profundo desagrado al mirarme, me puso de mala gana lo que le pedí y se quedó cerca observándome. "Oye amigo, acábate eso y lárgate de aquí" me dijo con un tono que consideré insultante. Le miré con odio mientras devoraba el bocadillo con ansia. La carne estaba demasiado hecha, seca y por más que bebía agua no conseguía ablandarla. Tras unos cuantos bocados y varios vasos de agua comencé a sentir arcadas. Vomité una guarrería ensangrentada mientras el camarero me gritaba desde el otro lado de la barra "Oye amigo, será mejor que te vayas". Le miré de soslayo, no estaba de humor para recibir otra paliza, aunque curiosamente no me dolía nada, podía ver mis heridas. Me quedé en el sitio mirándolo con desidia hasta que se hartó, salió de la barra indignado y me zarandeó violentamente hacia la salida.
De un último empujón caí al suelo en mitad de la calle. Sentí una rabia furiosa en mis entrañas y se apoderó de mí la sed de venganza, me levanté con gran rapidez dispuesto a devolverle el golpe, pero cuando le tuve cerca decidí, no sé muy bien por qué, que quería morderle. La emprendí a salvajes bocados con el hombre, que se resistía a golpes.
Los clientes del bar salieron a ayudar al camarero y tuve que salir por patas, al fin y al cabo ellos eran una multitud enfadada y yo un borracho apaleado. Seguí caminando por las calles sin rumbo, y aunque cada cierto tiempo pasaba junto a mi el aroma de comida embriagadora, no podía encontrar la fuente del olor.
De repente me acordé de mi novia. La dije que la llamaría. Seguramente habrían pasado horas, estaría enfadada. Miré el teléfono pensando en llamarla pero sabía que no me iba a creer. Muy oportunamente vi mi imagen reflejada en el cristal de un escaparate y se me encendió la bombilla. Si me veía en tan lamentable estado, me perdonaría y me cuidaría y curaría amorosamente las heridas. Estaba decidido, me presentaría en su casa.
Por el camino ví un grupo de gente atacando a una muchacha. Me pareció terrible, y decidí ayudarla. Me aproximé a ellos lo más sigilosamente que pude e intenté gritarles, pero notaba una profunda quemazón en la garganta. No recuerdo qué paso en los minutos siguientes, me desperté desorientado en otro lugar. Debía ser a causa de los golpes. Quizá el muy imbécil me hubiera causado un daño cerebral. Quizá debería ir a un hospital, pero antes quería verla a ella.
Logré encontrar su calle con bastante dificultad. Pero por fin estaba allí. Llamé al telefonillo y al otro lado contestó una voz somnolienta. Me abrió.
Al llegar a la puerta del piso me fijé en su cara, estaba muy pero que muy enfadada, pero cuando me vio su enfado fue desapareciendo y me miró con una expresión mezcla de preocupación, incredulidad, dolor, asco y pena. No podría definir mejor aquella cara. Se arrojó a mis brazos casi llorando "¡Dios mío!¿Qué te ha pasado?" Repetía una y otra vez. Cuando noté su cuerpo contra el mío me percaté de lo bien que olía, nunca lo había notado.
Me hizo pasar a su casa y como yo había supuesto se esmeró en cuidarme. Me curaba y me besaba en una especie de danza rítmica acompañada de melodiosos "¿Te duele?" a los que yo contestaba negando con la cabeza. Estaba tan agusto en su presencia...
Me convenció de que necesitaba descansar, aunque no estaba cansado, y me arrastró a la cama. Me encantaba sentirla tan cerca, tan suave, tan cálida. Me relajé a su lado y en pocos instantes perdí la consciencia. Cuando me desperté ella no estaba. Me asusté. Revolví las sábanas y salí lentamente de la cama, no me dolía nada pero mis músculos estaban anquilosados y no respondían con la agilidad que yo quisiera. Intenté llamarla, pero de mi garganta sólo salían ruidos guturales parecidos a los gruñidos de una fiera. entonces ella entró en la habitación corriendo y preguntándome "¿Qué te pasa?". Me relajé. Sólo verla me bastaba.
La hice un gesto con los brazos, quería abrazarla. Ella respondió enseguida y se apretó contra mi pecho. Su esencia hacía que me escociera la garganta. La aparté y la miré a sus preciosos ojos confundidos. "Te quiero" logré articular con gran esfuerzo. "Yo también te quiero, amor" contestó preocupada "¿Qué te pasa?". No sabía responder, solo sabía que tenía que irme. Me levanté, me ví en el espejo, empezaba a entenderlo. Salí de la casa entre sus súplicas y lágrimas.
Deseaba quedarme con ella para siempre, pero tenía mucho hambre y su olor hacía que desease devorarla.
Salí a la calle, la luz del sol, brillante, me cegaba. En algún momento perdí el rumbo y mientras la maraña de pensamientos que se agolpaba en mi mente me torturaba, supe que yo ya no era yo.
No recuerdo mucho más de aquel día, algunas ráfagas de imágenes violentas que de vez en cuando sacudían mi mente, me estaba perdiendo a mi mismo en aquel mar de confusión. Al caer la noche aparecí en su portal, deseaba llamar al timbre y verla. Abrazarla. Sentirla de nuevo tierna y amorosa entre mis brazos, tan pequeña, tan frágil. No sabía qué podía hacer, "¿cómo iba a entenderlo?".
Subí lenta y torpemente hasta la puerta. Me paré en seco frente a ella "¿cómo iba a decírselo?" "¿y si simplemente me había vuelto loco?". Decidí marcharme, dí media vuelta y comencé a alejarme de ella con pesadez. Oí abrirse la puerta a mis espaldas y su dulce voz "Amor, ¿eres tú?". Estaba decidido a irme, pero no podía hacerlo. No podía marcharme como si nada y dejarla allí, sola y preocupada asomada a la puerta. Me giré. Cuando la ví y ella me vió descubrí una horrible mueca de espanto en su rostro y corrió hacia mí los cinco o seis pasos que nos separaban "¿qué te ha pasado?" susurró en mi oído. Me abrazó y me besó mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Quería contestarla, pero no me atrevía a soltarla.
"Estoy muerto, amor" confesé finalmente. Ella se apartó de mi y me observó con una mezcla de incredulidad e incertidumbre. Mi palidez era mortecina. Mis ojos vidriosos carentes de luz y vida. Mis heridas expuestas al aire y mi ropa cubierta de sangre. Parpadeó con fuerza y dos lagrimones brotaron de sus ojos. Deseaba tanto calmar su pena... "He de irme, amor" dije haciendo acopio de valor y fuerzas "No puedo quedarme". Me separé unos metros de ella dejándola cabizbaja y ausente y comencé a alejarme. Noté entonces cómo ella asía mi brazo con fuerza, reteniéndome. "¿Y ahora qué?" pregunté intentando hacerme el duro.
Ella me miró a los ojos desafiante. "Quiero estar contigo" susurró mientras bajaba la mirada. Ladeó la cabeza apretando los ojos y los labios. Volvió a mirarme, con más determinación esta vez. "Quiero estar contigo siempre" repitió alzando la voz suavemente. La apreté contra mi pecho fuertemente y entonces ella dijo algo que podría mantenernos unidos para siempre. Se apartó de mi, cogió mi cara entre sus manos y suplicó "Mátame".