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jueves, 7 de marzo de 2013

Mi regalo


La satisfacción plena. Eso era lo que mi hombre, sudoroso y terriblemente sexy había decidido regalarme aquella noche. Me acurruqué en mi lado de la cama, sobre su pecho, sintiendo el latir apresurado de su corazón y su respiración entrecortada. Mi cuerpo había decidido relajarse plenamente tras sucumbir una y otra vez al placer lujurioso y apenas podía moverme. Estaba cansada, pero una sonrisa bobalicona se había dibujado firmemente en mi cara. Las sábanas arrugadas y húmedas se arremolinaban bajo nosotros y yo no podía pensar en nada. Me sentía bien, deliciosamente bien. 

Tras varios minutos, no sé cuantos, mi cerebro decidió volver a funcionar, me sentía capaz de pensar de nuevo, y entonces sentí que estaba en deuda con él. Le abracé con fuerza y él respondió a mi abrazo y me besó tiernamente en la frente. Le miré y él me devolvió la mirada y me dedicó una sonrisa, mi sonrisa de respuesta fue inmediata, casi automática y aproximé mis labios a los suyos para besarle. ¡Dios mío, me encanta este hombre!

En ese momento quería darle todo, sentirme suya hasta el último centímetro de mi ser, hasta el último recoveco. Quería hacerle feliz, feliz a un nivel... inconmensurable.

Mientras jugueteaba con el pelo de su pecho desnudo, mi libido se había despertado de nuevo y comencé a dibujarle un collar de pequeños mordiscos y besos, fui deslizándome por su torso, acariciándolo y besándolo todo a mi paso. Me deleité con su ombligo, apoyando mis manos en sus caderas y se estremeció bajo mi cuerpo. Acarició mi pelo y suspiró mientras me miraba. Le dediqué una mirada lasciva, le deseaba. 

Seguí dibujando mi sendero de besos y su respiración se fue acelerando a medida que bajaba. Le miré una vez más, había anhelo en su mirada. Sabía lo que él quería y yo quería dárselo. Esbocé una sonrisa pícara y me acaricié con la lengua los labios. Una vez empecé, ninguno de los dos pudo pararlo, él gemía, suspiraba y me miraba, mientras seguía mi ritmo con su cuerpo, o más bien me guiaba. Sujetó mi cabeza con ambas manos, apretándome contra él, una y otra y otra vez. Me retiró el pelo de la cara y me obligó a mirarle. Ya no había vuelta atrás, el momento era palpable. 

¡Para! - suplicó con un susurro

Negué con la cabeza sin dejar de moverme y entre jadeos y suspiros dejé que se fuera. Me retiré y miré su rostro: Satisfacción plena. Me ovillé a su lado y nos rendimos al sueño. Ya no estábamos en deuda. Ya le había dado... mi regalo.

lunes, 10 de diciembre de 2012

El cuaderno de Ariadna

Una biblioteca llena de papeles. Con ese inconfundible olor a libros viejos y nuevos. Con ese respeto silencioso de los que llegan y no quieren molestar a los cuerpos vacíos de los viajantes, mejor dicho, de los lectores que han abandonado sus cuerpos a su suerte mientras se sumergen en aventuras, misterios, historias y romances. Mientras viven a través de las palabras mundos que jamás podrían conocer si no fuera a través de ellas.

En un rincón hay una joven sentada, inmersa en un libro que a juzgar por su apariencia ya ha sido leído muchas veces, las páginas amarillentas con bordes oscurecidos y doblados y ese aroma a celulosa apolillada llena de secretos. Lleva consigo un cuaderno grueso. Tiene aspecto de estar muy escrito y varias hojas añadidas sobresalen de las cubiertas.

La chica permanece horas en el rincón atrapada por la lectura, sólo mirarla a ella es hipnótico. Cuando las luces de la biblioteca comienzan a apagarse la muchacha se marcha. Olvida su cuaderno sobre el sillón. El bibliotecario, un hombre con aspecto interesante, canoso, pero lo bastante joven como para no haber cumplido los cincuenta lo recoge. Lo observa con indiferencia y lo mete en el cajón de objetos perdidos. Alguien vendría a reclamarlo, si era importante.

El ajado cuaderno pasa semanas olvidado en aquel cajón de momentos perdidos hasta que un día el bibliotecario lo rescata. Va a tirarlo, pero la curiosidad se lo impide. Lo abre y empieza a leerlo.

"Este es el cuaderno de Ariadna. 
Una locura privada que quiero compartir. Una aventura vivida por culpa de mi madre, la leona, que sembró en mí la semilla de las letras. 
Gracias."


La introducción le resulta interesante y decide seguir. De repente se ve a sí mismo como uno de los visitantes de su biblioteca, completamente absorto en la lectura de aquellas páginas garabateadas. Es la historia de alguien real, la historia de muchas vidas continuadas. No es sólo una vida, el bibliotecario pasa la jornada completa enfrascado en las historias del cuaderno, le fascinan. No puede creer que vidas tan simples como las que se relatan puedan estar tan llenas de emoción y fuerza.

Al día siguiente, bebiendo sorbos de café con las ojeras profundamente marcadas tras una noche de lectura infinita, sigue leyendo. Por fin termina. Mira al frente pensativo y sonríe. Rebusca entre los bártulos de su mesa y coge un papel y un boli. Se detiene unos instantes a mirar a su alrededor, los primeros adictos, ávidos de letras nuevas ya han llegado y tomado posiciones, él es el guardián de sus historias. Sonríe para sí, abre el cuaderno frente a él y empieza a escribir.



martes, 4 de diciembre de 2012

Mátame

Me desperté aturdido. No sabía muy bien donde estaba, intenté levantarme pero me sentía torpe, aquel tipo estúpido que se había abalanzado sobre mí sin motivo en el bar debía haberme dado una buena tunda, no podía recordar nada después de su cara de enajenado.

Me dolía la cabeza, era un dolor mezclado con ardor y la boca me sabía a sangre. Aún era de noche, supongo que no había pasado demasiado tiempo desde el ataque y que mis amigos seguirían dentro, emborrachándose. Probablemente, ni siquiera hubieran notado mi ausencia.

Finalmente, conseguí ponerme en pie. Caminar se convirtió en todo un reto, los músculos estaban adormecidos y no querían obedecerme. Cuando conseguí mantenerme erguido y dar un par de pasos sin tambalearme decidí explorar el callejón. Sin duda alguna era la parte trasera del bar. No dejaba de pensar en mis amigos, los muy cretinos...

De repente sentí una punzada en el estómago, no me había percatado de que tenía hambre. Seguí avanzando por el callejón buscando la entrada del bar, ya comería algo cuando llegara dentro. Era un caminar patético, más bien se diría que daba tumbos intentando no tropezar.

Por fin llegué a la puerta del local, vi mi reflejo en el cristal, tenía un aspecto horrible. Realmente ese tipo me había dado una buena paliza. Intenté acicalarme un poco con saliva, pero los chorretes de sangre de la camisa eran algo difícil de ocultar. Me acerqué un poco más a mi imagen reflejada y contuve el aliento: "Qué hijo de puta" pensé mientras veía una profunda herida en mi cuello "Podría haberme desangrado". Entré al local malhumorado, dispuesto a cantarles las cuarenta mis supuestos colegas.

"Cabronazos" - grité mientras entraba

La gente del local se giró a mirarme. Me miraban con asco, podía verlo en sus rostros. Busqué entre ellos algún rostro conocido, pero sin duda alguna no estaban. Ya les buscaría más tarde. Me acerqué hasta la barra, tenía muchísima hambre, cada vez más y decidí que necesitaba comer algo antes de la bronca.

El camarero no ocultaba su profundo desagrado al mirarme, me puso de mala gana lo que le pedí y se quedó cerca observándome. "Oye amigo, acábate eso y lárgate de aquí" me dijo con un tono que consideré insultante. Le miré con odio mientras devoraba el bocadillo con ansia. La carne estaba demasiado hecha, seca y por más que bebía agua no conseguía ablandarla. Tras unos cuantos bocados y varios vasos de agua comencé a sentir arcadas. Vomité una guarrería ensangrentada mientras el camarero me gritaba desde el otro lado de la barra "Oye amigo, será mejor que te vayas". Le miré de soslayo, no estaba de humor para recibir otra paliza, aunque curiosamente no me dolía nada, podía ver mis heridas. Me quedé en el sitio mirándolo con desidia hasta que se hartó, salió de la barra indignado y me zarandeó violentamente hacia la salida. 

De un último empujón caí al suelo en mitad de la calle. Sentí una rabia furiosa en mis entrañas y se apoderó de mí la sed de venganza, me levanté con gran rapidez dispuesto a devolverle el golpe, pero cuando le tuve cerca decidí, no sé muy bien por qué, que quería morderle. La emprendí a salvajes bocados con el hombre, que se resistía a golpes.

Los clientes del bar salieron a ayudar al camarero y tuve que salir por patas, al fin y al cabo ellos eran una multitud enfadada y yo un borracho apaleado. Seguí caminando por las calles sin rumbo, y aunque cada cierto tiempo pasaba junto a mi el aroma de comida embriagadora, no podía encontrar la fuente del olor.

De repente me acordé de mi novia. La dije que la llamaría. Seguramente habrían pasado horas, estaría enfadada. Miré el teléfono pensando en llamarla pero sabía que no me iba a creer. Muy oportunamente vi mi imagen reflejada en el cristal de un escaparate y se me encendió la bombilla. Si me veía en tan lamentable estado, me perdonaría y me cuidaría y curaría amorosamente las heridas. Estaba decidido, me presentaría en su casa.

Por el camino ví un grupo de gente atacando a una muchacha. Me pareció terrible, y decidí ayudarla. Me aproximé a ellos lo más sigilosamente que pude e intenté gritarles, pero notaba una profunda quemazón en la garganta. No recuerdo qué paso en los minutos siguientes, me desperté desorientado en otro lugar. Debía ser a causa de los golpes. Quizá el muy imbécil me hubiera causado un daño cerebral. Quizá debería ir a un hospital, pero antes quería verla a ella.

Logré encontrar su calle con bastante dificultad. Pero por fin estaba allí. Llamé al telefonillo y al otro lado contestó una voz somnolienta. Me abrió. 

Al llegar a la puerta del piso me fijé en su cara, estaba muy pero que muy enfadada, pero cuando me vio su enfado fue desapareciendo y me miró con una expresión mezcla de preocupación, incredulidad, dolor, asco y pena. No podría definir mejor aquella cara. Se arrojó a mis brazos casi llorando "¡Dios mío!¿Qué te ha pasado?" Repetía una y otra vez. Cuando noté su cuerpo contra el mío me percaté de lo bien que olía, nunca lo había notado.

Me hizo pasar a su casa y como yo había supuesto se esmeró en cuidarme. Me curaba y me besaba en una especie de danza rítmica acompañada de melodiosos "¿Te duele?" a los que yo contestaba negando con la cabeza. Estaba tan agusto en su presencia...

Me convenció de que necesitaba descansar, aunque no estaba cansado, y me arrastró a la cama. Me encantaba sentirla tan cerca, tan suave, tan cálida. Me relajé a su lado y en pocos instantes perdí la consciencia. Cuando me desperté ella no estaba. Me asusté. Revolví las sábanas y salí lentamente de la cama, no me dolía nada pero mis músculos estaban anquilosados y no respondían con la agilidad que yo quisiera. Intenté llamarla, pero de mi garganta sólo salían ruidos guturales parecidos a los gruñidos de una fiera. entonces ella entró en la habitación corriendo y preguntándome "¿Qué te pasa?". Me relajé. Sólo verla me bastaba.

La hice un gesto con los brazos, quería abrazarla. Ella respondió enseguida y se apretó contra mi pecho. Su esencia hacía que me escociera la garganta. La aparté y la miré a sus preciosos ojos confundidos. "Te quiero" logré articular con gran esfuerzo. "Yo también te quiero, amor" contestó preocupada "¿Qué te pasa?". No sabía responder, solo sabía que tenía que irme. Me levanté, me ví en el espejo, empezaba a entenderlo. Salí de la casa entre sus súplicas y lágrimas. 

Deseaba quedarme con ella para siempre, pero tenía mucho hambre y su olor hacía que desease devorarla.

Salí a la calle, la luz del sol, brillante, me cegaba. En algún momento perdí el rumbo y mientras la maraña de pensamientos que se agolpaba en mi mente me torturaba, supe que yo ya no era yo.

No recuerdo mucho más de aquel día, algunas ráfagas de imágenes violentas que de vez en cuando sacudían mi mente, me estaba perdiendo a mi mismo en aquel mar de confusión. Al caer la noche aparecí en su portal, deseaba llamar al timbre y verla. Abrazarla. Sentirla de nuevo tierna y amorosa entre mis brazos, tan pequeña, tan frágil. No sabía qué podía hacer, "¿cómo iba a entenderlo?".

Subí lenta y torpemente hasta la puerta. Me paré en seco frente a ella "¿cómo iba a decírselo?" "¿y si simplemente me había vuelto loco?". Decidí marcharme, dí media vuelta y comencé a alejarme de ella con pesadez. Oí abrirse la puerta a mis espaldas y su dulce voz "Amor, ¿eres tú?". Estaba decidido a irme, pero no podía hacerlo. No podía marcharme como si nada y dejarla allí, sola y preocupada asomada a la puerta. Me giré. Cuando la ví y ella me vió descubrí una horrible mueca de espanto en su rostro y corrió hacia mí los cinco o seis pasos que nos separaban "¿qué te ha pasado?" susurró en mi oído. Me abrazó y me besó mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Quería contestarla, pero no me atrevía a soltarla.

"Estoy muerto, amor" confesé finalmente. Ella se apartó de mi y me observó con una mezcla de incredulidad e incertidumbre. Mi palidez era mortecina. Mis ojos vidriosos carentes de luz y vida. Mis heridas expuestas al aire y mi ropa cubierta de sangre. Parpadeó con fuerza y dos lagrimones brotaron de sus ojos. Deseaba tanto calmar su pena... "He de irme, amor" dije haciendo acopio de valor y fuerzas "No puedo quedarme". Me separé unos metros de ella dejándola cabizbaja y ausente y comencé a alejarme. Noté entonces cómo ella asía mi brazo con fuerza, reteniéndome. "¿Y ahora qué?" pregunté intentando hacerme el duro.

Ella me miró a los ojos desafiante. "Quiero estar contigo" susurró mientras bajaba la mirada. Ladeó la cabeza apretando los ojos y los labios. Volvió a mirarme, con más determinación esta vez. "Quiero estar contigo siempre" repitió alzando la voz suavemente. La apreté contra mi pecho fuertemente y entonces ella dijo algo que podría mantenernos unidos para siempre. Se apartó de mi, cogió mi cara entre sus manos y suplicó "Mátame".


jueves, 29 de noviembre de 2012

Naïs

Nunca me ha gustado la ciudad en la que me veo obligada a vivir. Tampoco me gusta la vida - por llamarlo de alguna manera - que llevo, ni el papel que tengo que interpretar.

He fantaseado con la idea del suicidio muchas veces, pero mi condición de inmortal me arrebata ese privilegio romántico reservado a los frágiles humanos.

Soy una exterminadora. Los mortales han aprendido a reconocernos y temernos. Extraño los tiempos en los que se podía pasar desapercibido entre ellos y disfrutar de los pequeños placeres de los que disfrutan ellos.

A menudo sueño que soy humana, que algún día, moriré como ellos. Una vez amé a un mortal, pero me abandonó cuando descubrió lo que era y tuve que eliminarlo. Aún no he logrado superarlo. Se supone que no debemos tener sentimientos, somos miembros de la Armada Inmortal, somos los encargados de mantener el orden y eliminar a los sujetos discordantes. Mi escuadrón tiene asignada una gran zona, se supone que hemos de patrullar por las calles y vigilar. A mi me aburre, con demasiada frecuencia me descubro contemplando el lugar donde una vez fui feliz con un hombre o espiando a un grupo, una pareja o una persona concreta. Me fascinan.

Físicamente somos iguales que ellos, el mismo aspecto, los mismos gestos. Pero nosotros no podemos sentir, estamos huecos o rellenos de cables y chips. Me sorprende que nuestros jefes sean también humanos. La última vez que intenté suicidarme les oí decir que yo tenía algún fallo, pero según ellos debía estar reparado, no podían entender qué me ocurría. Yo tampoco lo entiendo.

Ahora soy una fugitiva. Mi propio escuadrón intenta eliminarme. Al parecer soy una amenaza, algo que se sale del rígido sistema que han instaurado durante el paso de muchos años.

Sé que sólo soy una máquina, una cosa, un "it", pero desde el día en que lo eliminé a él, y puede que desde antes, descubrí que podía sentir. La solución fácil sería dejar que me atraparan, un reseteo o una desconexión y solucionado. Sin embargo, algo dentro de mí - puede que un cortocicuito, no lo sé - me empuja a huir. 

Siento que él no merece que me deje morir. Creo que si yo desaparezco él desaparecerá para siempre y esa idea me parece algo atroz. Hace poco descubrí un sentimiento nuevo, venganza. Sé que fui yo quien acabó con él, mis propias manos fueron las que le arrebataron la vida y su último aliento fue para mí. Ya no quiero matar mortales, quiero exterminar a la Armada Inmortal y haré lo que sea para llegar a tal fin.
Pero quizá debería haber empezado por el principio:

Mi nombre es Naïs...




    Piensas que no eres un romántico, que la vida te ha dado muchos palos y has aprendido a sobrevivir siendo duro, dejando que la vida pase de largo mientras te empeñas en ignorarla.

    Y entonces una mañana te despiertas y te das cuenta de lo mucho que extrañas su sonrisa, su voz, su olor. Ese aroma de piel sudada y perfume que te embriaga cuando está cerca, que permanece en su almohada aunque ya no esté en ella. Y te das cuenta del engaño, descubres que es demasiado tarde para alejarte de un fuego que te quema, pero no importa.

    Podría ser cualquiera, pero es esa persona, esa y no otra, la que te desvela, su mirada, su inocencia, su personalidad, y te das cuenta de que no puedes vivir sin ella, da igual cómo, da igual dónde, pero con ella. 

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Ahora me toca a mí

"Ahora me toca a mí" - susurró él con una dulzura apasionada. 

Sin apartarse de ella, sin siquiera salir de su turbado cuerpo, que aún se estremecía de placer bajo el peso de su ser, comenzó a acelerar la cadencia de sus rítmicos movimientos, y ella ruborizada por el éxtasis que acababa de experimentar se aferraba con fuerza al cuerpo desnudo de su hombre.

Con cada acometida él se aproximaba más y más al orgásmico desenlace arrastrando con él a su amante, quien involuntariamente hincaba uñas y dientes en la carne de aquel que la hacía enloquecer en su romántico y frenético encuentro.

Por fin él llegó al clímax y una cascada blanca y brillante emanó de su sexo rociando el cuerpo de la mujer que le tenía por el hombre de sus sueños.

"¿Te gustó?" - preguntó ella tímidamente

Él la miró y la dedicó una dulce sonrisa, sin mediar palabra acercó a la mujer contra su cuerpo, la besó con ternura y la abrazó con fuerza mientras ella se acurrucaba en su pecho.

Pasaron largo rato tendidos sobre el lecho, sin mediar palabra, atesorando momentos, hasta que ella habló de nuevo.

"¿Y ahora, a quién le toca?"

martes, 13 de noviembre de 2012

La chica de los ojos cambiantes

Es una chica normal, común, del montón.

Una chica sin nada especial salvo el color de sus ojos, esos ojos de color indefinido y cambiante que varían según la hora del día y de su humor. Nunca nadie, ni siquiera ella misma, se ha molestado en fijarse qué significa o por qué o cuando se produce el cambio de color, pero no la importa.

Sabe que cuando se despierta pensando en él, el color es más verde, más hermoso. No sabe por qué, ni tampoco si tendrá algo que ver, pero la gusta pensar que sí, la gusta pensar que refleja lo que siente en sus ojos.

La chica de los ojos cambiantes sueña con evadirse de la realidad, la gusta menos el mundo cuando él no está cerca, es más anodino, más mediocre, más gris y más aburrido.Quiere llegar a casa y encontrar entre sus brazos cobijo de la vorágine de la rutina. 

Ella quiere que juntos puedan jugar al escondite con el tiempo, y quiere que sus ojos se pinten de colores para expresar sus sentimientos. 

Pero la chica de los ojos cambiantes tiene miedo, miedo de que las ilusiones se las lleve el viento, miedo de despertar y ver sus ojos negros, miedo de que todo haya sido un sueño.


miércoles, 7 de noviembre de 2012

Corriente

Se levantó, podía ser un día cualquiera, podía ser hoy.

Hacía mucho frío entorno a ella. La soledad le pesaba, se sentía triste, vacía. No lograba comprender cómo había llegado hasta el punto en el que estaba.

Con pesadez comenzó su rutina, abrió el grifo de la ducha y el eco del agua cayendo se convirtió en sus propias lágrimas y mirando en el espejo su propia cara dejó que su mente pensara.

Había intentado dejar que todo fluyera, que llegara a donde tenía que llegar, y era lo que había pasado. No se arrepentía de las decisiones que la habían llevado hasta allí, pero a veces miraba hacia atrás y se sentía desgraciada. Echaba de menos los momentos vividos, pero sobre todo, echaba de menos al amigo con el que siempre contaba.
Sabía que en algún momento que no lograba encontrar en su memoria todo se había roto, y desde aquel mismo instante inexistente nada había vuelto a ser lo mismo. Sin embargo, una parte de ella se alegraba, se sentía liberada.
Esa parte alegre iba ganando cada vez más terreno en su día y día aunque algunos días la vencía la morriña.
Cada persona con la que hablaba, cada sonrisa recibida, cada minuto regalado la llevaban a un nuevo estado, a la expectación del qué pasará mañana, al querer saber en qué desembocará su nueva historia, al querer querer de nuevo y ser amada. Al despertarse y ver su cara.

Seguía haciendo frío alrededor y su mirada, como todo lo demás, seguía empañada. Se sentía culpable por no estar más herida tras el naufragio, por no estar hundida en su propia desgracia. Pero el sol empezaba a brillar fuera de la casa y dentro de su alma.

Todas las palabras bien y malintencionadas se arremolinaban en su cerebro, sabía lo que esperaban de ella, pero sentía que sólo los peces muertos siguen la corriente del río y ella, aunque aún fría, se sentía muy viva.

Limpió el vaho para volver a ver su reflejo y se dedicó a sí misma una gran sonrisa, se miró a los ojos y se dijo: Buenos días.

jueves, 13 de septiembre de 2012

El baile de nadie

Desperté de golpe, como si hasta ese momento yo no hubiera sido yo, como si hubiera estado viviendo otra vida, la vida de otra persona, miré a mi alrededor intentando ubicarme. Estaba en una habitación iluminada tenuemente, con una música pegajosa bastante familiar saliendo de un mp3 conectado a unos buffles. Tardé unos instantes en percibir a los 7 hombres que me observaban expectantes a través del denso humo de cigarrillos y porros. Empecé a bailar y a moverme sinuosamente, acercándome a ellos insinuándome, dejando entrever mi cuerpo debajo del ajustado traje. Me contoneaba de forma sensual delante de sus ojos, era divertido, sexy. Desabroché el top del traje y fui retirándolo muy lentamente sin dejar de balancear mis curvas ante las miradas expectantes y lascivas de mi público particular. 

Me acerqué al hombre del centro, parecía el más tímido. Apoyé el tacón de aguja de mis botas de cuero sobre su pecho y le obligué a desabrocharla lentamente.El resto empezó a jalear al hombre que estaba bajo mi tacón, estaba cohibido, pero había deseo en su mirada.Bajé la bota a medio desabrochar y agarré sus manos temblorosas con firmeza poniendolas sobre mi cadera, me senté sobre él y me quité el top por completo dejando mis pechos al descubierto, sus manos se tensaron en mi espalda, y no fue lo único. 

Sus compañeros comenzaron a gritar emocionados y se fueron acercando, cada vez más manos tocaban mi cuerpo y me desmayé.

Desperté de golpe, como si hubiera vivido el instante de una vida que no fuera la mía, observé todo lo que me rodeaba, parecían los mismos muebles anodinos de mi casa, y sin embargo, sentía la necesidad de bailar.

martes, 4 de septiembre de 2012

Inercia


Iba camino del trabajo en otro tedioso y rutinario día. Iba en el coche, escuchando la radio, como siempre, las mismas canciones, las mismas voces, la misma sensación de ser un zombi. Conduciendo por inercia con los movimientos ya aprendidos y la mirada perdida en algún punto de la carretera.  De repente escuché una nueva canción, una que cambiaría mi vida para siempre, no recuerdo el título, ni siquiera la melodía, pero me obligó a detener el coche y respirar agitadamente mirando perpleja el aparato de radio como si pudiera darme alguna explicación de lo que estaba sonando.

Era como si alguien hubiera explorado los laberintos de mi mente y hubiera plasmado mis miedos y deseos más profundos en una simple letra. Era como escuchar la voz de mi yo interior gritándome con fuerza.

Cuando la canción terminó todo pareció quedarse en silencio, la radio seguía encendida, pero era como un susurro de palabras inconexas y sin sentido y en mi cabeza retumbaban las palabras que acababa de oír. Sentía mi corazón latir violentamente, estaba nerviosa, como si todo el mundo hubiera descubierto mis secretos, sin saberlo.

Apreté con fuerza el volante dispuesta a reanudar mi camino al trabajo, pero entonces me dio la risa, una risa histérica y descontrolada. Nadie jamás sabría mi secreto. Era estúpida por pensar que mis pensamientos y mi forma de sentir sería única, por supuesto que miles de cientos piensan y sienten parecido, cada uno con los matices de su propia experiencia, pero al fin y al cabo, tan simples como los míos.

Ahora podría aprender aquella letra y sentirme liberada gritando al cielo, fingiendo que es la canción de otro, la vida de otro. Y sin embargo me sentía triste, como si hubiera perdido una parte importante de mí, y de pronto estuviera vacía.

Solté el volante y empecé a llorar, me sentía estúpidamente bipolar. Salí del coche. Necesitaba desesperadamente respirar aire fresco, pero había mucho humo, necesitaba correr y casi involuntariamente comencé a hacerlo. Oía los cláxones furiosos de los otros coches dirigiéndose a mí, les veía pasar veloces a mi lado, esquivándome. Me daba igual, necesitaba llegar al otro lado, y entonces un chillido neumático y un fuerte golpe. 

Dejé de sentir. 

viernes, 31 de agosto de 2012

Soñé tu sueño


Allí estaba yo, en medio de nada. Arrullada por las olas y la brisa marina, mirando a las estrellas. Debía ser más de media noche y el calor estival acariciaba mi piel desnuda sobre la cubierta del velero. Hacía días que no veía a nadie, tampoco me importaba. La atmósfera que me envolvía era mágica, sentía el olor del agua. El salitre adornaba mi cuerpo que brillaba tenuemente en la luz de la noche. La madera estaba caliente debajo de mí y mis manos revoltosas jugaban a alterar mi ser.

De repente una melodía interrumpió mi calma. Me incorporé sobresaltada y descubrí una pequeña cala, aislada de todo con gente bailando y riendo junto a un fuego. En otro momento quizás les hubiera odiado, pero algo en mi interior se sentía arrastrado hacia aquella playa.

Acerqué mi barquito a la orilla oscura de la playa, desde donde no pudieran verme. Cubrí mi cuerpo con un pareo blanco y me dispuse a bajar. Al saltar a la arena la noté húmeda y fría, enredándose entre mis dedos. Sentía cómo me decía: “Ven”.

Me acerqué lentamente a la zona de la hoguera, el olor a madera quemada y humo de inciensos y hierbas era cada vez más intenso, más embriagador, pero cuando llegué a ella, no había nadie. Me dejé caer sobre uno de los troncos que había frente al fuego, en parte abatida, en parte contenta. El sonido y el calor del fuego combinado el frescor de la brisa y el sonido del mar eran hechizantes, me relajaban de una manera extrema y a la vez hacían arder una sensación poco inocente en mis venas.

Decidí levantarme y darme un baño en las tranquilas aguas. El agua estaba fría, tonificante. Recorría todos mis recovecos regalándome su frescor. Sentí entonces una presencia a mi lado, me giré, era un hombre. Nos miramos unos instantes sin decirnos nada y decidí salir del agua, él se quedó.

Me tumbé junto a la hoguera, miré mi cuerpo, estaba chorreando, el pareo blanco era casi una segunda piel transparente que dejaba ver todo mi ser a la luz del fuego. Miré hacia el mar, y allí estaba él, caminando hacia la orilla con un fondo de estrellas.

Sabía que debía irme, pero algo me obligaba a quedarme, no podía apartar la vista de él, se acercó lentamente al fuego y se detuvo junto a él, mirándome, igual que yo no podía apartar los ojos de los suyos. A la luz de las llamas se veía hermoso, grande y fuerte.

Ruborizada, aparté la vista. Él siguió mirándome, podía sentir la fuerza de su mirada atravesándome. Estaba excitada. Una parte de mí quería irse, sabía que no debía estar allí, que no podía ser, pero el deseo era más y más fuerte cada vez.

Él se aproximó y se tumbó junto a mí, obligándome a mirarle. Apoyo su mano en mi cintura delicadamente y permaneció inmóvil, embrujándome. Necesitaba tocarle, parecía tan perfecto, tan irreal. Estiré la mano hasta llegar a su cuerpo. Su piel era tersa y suave. Miré mi propia mano jugueteando con el pelo de su pecho, parecía una mano ajena. Levanté la vista hasta encontrarme con sus profundos ojos. Él seguía inmóvil, sin apartar su mirada de mí, reí nerviosa y él se mordió el labio inferior. Me fijé por primera vez en sus labios, deseaba besarlos pero no me moví.

Su sola presencia me alteraba, me hacía sentir frágil y vulnerable, me daba vergüenza. Me sentía como una chiquilla tonta en un juego de mayores, pero mi cuerpo sentía unas pasiones muy adultas. Unas lágrimas sin sentido brotaron de mis ojos y él apartó su mano de mi cintura y acarició mis mejillas secándolas. Deseaba abalanzarme sobre él, poseerle, hacerle mío y en vez de eso le abracé. Él me envolvió con sus brazos y me apretó con fuerza contra su pecho.

Era una sensación extremadamente placentera, podía sentir su olor, su calor, su protección. Deseaba que el mundo se detuviera para siempre en aquel instante. Deseaba quedarme eternamente entre sus brazos.

La hoguera comenzó a chisporrotear, un humo gris y dulzón empezó a inundarlo todo. Todo desapareció tras la densa cortina de humo y un sonido agudo y estridente se entremezcló con el sonido del mar y el fuego. Ya no podía verle, pero aún podía sentir su calidez, su presencia. Intenté aferrarme a él con todas mis fuerzas pero el humo era cada vez más molesto y el martilleante sonido más intenso. Cerré los ojos y al abrirlos no había nada.

Estaba sola, tendida en mi cama con la alarma del móvil indicándome que era la hora. Volví a cerrar los ojos en un intento vano de hacerle regresar, de traer de vuelta a mi barco, a mi hombre y a mi playa; pero la luz del día ya se colaba entre las rendijas de la persiana creando una nueva magia. Me quedé varios minutos intentando asimilar que solo había sido un sueño, una dulce fantasía, aún podía sentirlo todo, tan real, tan fantástico.

Creo que esta noche olvidaré poner la alarma.

jueves, 30 de agosto de 2012

Cuento de realidad con una pizca de sal

Ágata quería ser feliz, soñaba con unicornios y arco iris hermosos.
Ágata despertó, y el mundo la asustó.
Lleno de injusticias, completamente loco.
Ágata quiere dormir abrazando a su oso.

Jorge quería jugar los lunes con su papá
Papá llegaba agotado, no había encontrado trabajo.
Jorge quería vivir en una casa junto a la playa
Ahora viven muy juntitos dentro de una caja.

María quería tener un pony, cepillarle y ponerle nombre.
En época de bonanza, papá y mamá se lo regalan
María está contenta con su pony: Princesa
Pero llegan las vacas flacas y del pony se alimentan.

Juan quería ser rico, para ayudar a los pobres
Quería ser el Robin Hood de los tiempos actuales
Un día Juan descubrió que en su casa había hambre
Y deseó que Robin Hood viniera a salvarle.

Ágata, Jorge, María y Juan nunca existieron
pero sí otros muchos como ellos.
Y colorín colorado,
éste cuento sólo ha comenzado.

jueves, 26 de julio de 2012

El visitante nocturno

Me hallaba yo tumbada en la cama, luchando sin ropa contra el pegajoso calor de las noches de Julio en España, intentaba en vano encontrar una postura, un recoveco del colchón en el que hallar frescor.

De repente un terrible estruendo desgarró el cielo que se rompió en cientos de gotas de agua precipitándose contra el suelo. El viento comenzó a soplar refrescado por la lluvia y la tierra revivió oliendo a campo y a húmeda. 

Las puertas de mi balcón se abrieron de golpe, sobresaltándome, y aún con la persiana cerrada, él entró. Acarició todo mi cuerpo erizando mi piel y mi pelo, un aire frío y suave como una brisa marina, el mejor amante que podía desear esa cálida noche.

Me dejé llevar por las sensaciones y caí presa del sueño en brazos de Morfeo. La lluvia arreció fuera y las calles se llenaron del eco de los feroces truenos. No sé cuando ni cómo mi visita amainó y se marchó de mi cuarto. 

Por la mañana el agua también se había ido, no había ni rastro de nada, el cielo se había recompuesto y lucía preciosas nubecitas dispersas y blancas, sin embargo algo aún perdura en los rincones sombríos, su olor, su frescor... El regalo que mi visitante nocturno me dejó.

miércoles, 27 de junio de 2012

Me voy...

No sabía dónde ir, y entonces mi cerebro me dio la solución. Tenía que huir, dejarlo todo atrás, y sin pensármelo dos veces subí a mi corcel negro, rápido como el viento; hundí los talones en él y lo hice volar.
Las imágenes pasaban a mi alrededor a gran velocidad y lo sentí cálido y seguro bajo mi ser. La aguja del cuentakilómetros enloqueció y entonces supe que lo había logrado.

viernes, 15 de junio de 2012

Observarte

En esta tierra árida y baldía con miles de habitantes, me cruzo con cientos de rostros grises cada día, rostros indiferentes con miradas perdidas. Todos son carcasas vacías excepto tú.
Tu delicado rostro de piel marfil hace que recuerde las historias que me contaba mi abuela sobre tierras fértiles y ríos de agua.
Ni siquiera sé cómo te llamas, pero veo tu cara a diario en la cola de suministros. A menudo te observo entregar tus tickets a cambio de raciones individuales de comida envasada. Imagino que vives en un pequeño apartamento del bloque 9. Sola en tu pequeño refugio cúbico.
Te miro y me pregunto qué secretos se esconderán en tu alma, cuál será tu nombre y por qué a tus no más de 18 años sigues soltera y vives sola. Tal vez me equivoque, no lo sé, pero me gusta imaginar la vida del único ser que me resulta interesante en este mundo cubierto de escombros y cenizas.
Imagino que elegiste una vida solitaria porque quisiste esperar a lo que mis padres llamaban amor. Con frecuencia pienso en tus ojos azabache, oscuros y penetrantes y me pregunto cómo serán tus labios debajo de la mascarilla.
Hoy mis preguntas me llevan a seguirte. Quiero, necesito saber más de ti. Tu pelo castaño revolotea en viento mientras caminas entre las piedras. Observo como sigues cada una de las reglas. Ni siquiera has notado mi presencia. Vives en el bloque 9. No me he equivocado. Seguirte hasta el apartamento es más difícil, pero tengo que saber más de ti, estoy tan cerca que casi puedo sentir tu olor mezclado con el olor del almizcle y la arena de ducha.
Estoy en tu puerta y sólo quiero entrar. Decido llamar con cortesía y para mi sorpresa abres. Tu sonrisa es preciosa, como el resto de tu cara. Tu apartamento es alegre, como tú. Disfruto de tu cuerpo perdiéndome en tu mirada. Tu cuerpo también es bello y tu olor me embriaga mientras te poseo.
Poco a poco tu mirada se vuelve tan vacía y tan perdida como las de todos los demás. Puede que después de todo no fueras tan especial.
Retiro mis manos de cuello lentamente y observo tu cuerpo inerte. Ya no desprendes la luz que te hacía diferente, eres tan gris como el resto de la gente. Tan vacía de vida como las carcasas andantes que me cruzo cada día.
Mientras te observo pienso que tardarán meses en descubrir que has muerto y cuando lo hagan no serás más que carne podrida.
Salgo de tu apartamento en parte eufórico, en parte triste. Aún oigo tus gritos y súplicas mientras entré a la fuerza en tu apartamento. Aún siento tu cuerpo estremecerse con cada una de mis embestidas. El olor de tu sexo y el de tu último aliento se quedarán en mi memoria hasta que te encuentre en otra.
Camino durante días o semanas por las calles destrozadas buscándote en alguna de las caras que pasan junto a mí siendo nada.
Por fin te encuentro disfrazada en una nueva mirada, eres la única entre tantos miles que me encanta.
Pero ahora eres distinta, pareces más mayor y tu piel está más curtida por el sol que la última vez que te vi. Ahora eres rubia y tus ojos tienen una especie de brillo carmesí.
Me pregunto quién serás ahora, cuál será tu nombre, dónde vivirás. Por ahora, decido observarte.
---FIN---